martes, 27 de noviembre de 2007

Favio Meléndez Aguilar

Érase un par de niños rodeados de las excrecencias de la ciudad, el televisor da las noticias en el corto circuito en sus entrañas. El patinador dentro de su escafandra pronto saldrá expulsado del plato… huida mísera, apenas percibido por el retumbar del Panzer de baterías recargables programado para mezclar los ajos, cebollas y hierros con los suspiros de la muñeca que habla y canta. El hombre de la calle abre los ojos para no mirar, aprisiona su mente para no pensar, su dolor cotidiano y el insomnio le deja solo un camino, la última vez que vio el reloj eran veinte minutos para las cuatro, sabe que en casa le espera Kafka. El nostálgico mandril esta dispuesto a abandonar el circo pero no hay árbol que trepar.
Puntual llega el expreso sus vapores alimentan al juguete ecológico su sietemesino tiene que aprender rápido los juguetes ecológicos no son mamíferos, cuestión que le es indiferente al repostero sus artes dependen del trafico ferroviario y la voracidad del JG.

Es diciembre y la ciudad zumba, el calentamiento global penetra por la ventana pero es tiempo de obsequios, fiestas y vanalidades. Noel se desliza entre los cables sus renos están disecados en el museo de historia natural, el avión “Ledy” de control remoto lo hiere de muerte, su sangre coagula en pequeños ositos Tedy que ante el peligro abren sus paracaídas y flotan, el pajarito chohuí ni se inmuta. Procacidad detiene al patinador Mattel una hora más tarde exactamente; lujuria duerme la siesta geométricamente. El tiempo se acelera se hace de piedra, es nochebuena, se escuchan los petardos y las risas... ¡Los niños tienen hambre!

Favio. La ciudad digerida.
Acrílico sobre tela 70 x 90. 1992

El hijo de la Reina.

A propósito de los homenajes a Diego Rivera con motivo del aniversario de su muerte, me encontré una publicación de 1984, con todos los trabajos expuestos en el Palacio de Bellas Artes de México durante la primera bienal Diego Rivera, de entre todos por supuesto llamó mi atención la obra de mi hermano Favio Meléndez Aguilar, un cuadro con técnica muy complicada llamado “el hijo de la Reina”. En mucho dentro de esa tendencia “negra” que mantuvo en la década de los ochenta. Hoy esa y muchas obras más de Favio, esperan ser redescubiertas. Me pareció vigente por el protagonismo del Rey de España, hijo al fin de una Reina. Favio afirma la obsolescencia de las monarquías y en ese cuerpo descarnado se deposita la realidad cruda de algunas altezas en la historia y la virtualidad de las rancias coronas.
Por cierto no puedo evitar relacionar esta obra con el torso del Español David Nebreda.

Luís Barragán, La casa olvidada.


Es apabullante la cantidad de citas elogiando su obra, en contraste con la realidad de los muros de su casa en Chapala.
Como si estuviera perdido en un pueblo empecé por la plaza preguntando a los más viejos por un amigo, un señor de nombre Luís Barragán; por calles, en el muelle preguntaba a los pescadores, a los tenderos... no obtuve respuesta.

En triste estado me encontré con la casa de Luís Barragán en Chapala. La casa ilusión primera del más grande arquitecto nacional, y uno de los más importantes del mundo, galardonado con el Pritzker en 1980 y reconocida su casa de Tacubaya como patrimonio de la humanidad en el 2004.

El olvido queda en una placa entre herrajes oxidados y una puerta llena de misterio, de magia, no es para menos es la casa de Barragána aquel que dialogaba entonces con Ferdinan Bac mientras divertido trazaba los escalones en la fachada.