martes, 27 de noviembre de 2007

Favio Meléndez Aguilar

Érase un par de niños rodeados de las excrecencias de la ciudad, el televisor da las noticias en el corto circuito en sus entrañas. El patinador dentro de su escafandra pronto saldrá expulsado del plato… huida mísera, apenas percibido por el retumbar del Panzer de baterías recargables programado para mezclar los ajos, cebollas y hierros con los suspiros de la muñeca que habla y canta. El hombre de la calle abre los ojos para no mirar, aprisiona su mente para no pensar, su dolor cotidiano y el insomnio le deja solo un camino, la última vez que vio el reloj eran veinte minutos para las cuatro, sabe que en casa le espera Kafka. El nostálgico mandril esta dispuesto a abandonar el circo pero no hay árbol que trepar.
Puntual llega el expreso sus vapores alimentan al juguete ecológico su sietemesino tiene que aprender rápido los juguetes ecológicos no son mamíferos, cuestión que le es indiferente al repostero sus artes dependen del trafico ferroviario y la voracidad del JG.

Es diciembre y la ciudad zumba, el calentamiento global penetra por la ventana pero es tiempo de obsequios, fiestas y vanalidades. Noel se desliza entre los cables sus renos están disecados en el museo de historia natural, el avión “Ledy” de control remoto lo hiere de muerte, su sangre coagula en pequeños ositos Tedy que ante el peligro abren sus paracaídas y flotan, el pajarito chohuí ni se inmuta. Procacidad detiene al patinador Mattel una hora más tarde exactamente; lujuria duerme la siesta geométricamente. El tiempo se acelera se hace de piedra, es nochebuena, se escuchan los petardos y las risas... ¡Los niños tienen hambre!

Favio. La ciudad digerida.
Acrílico sobre tela 70 x 90. 1992

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